CONFINAMIENTO. DÍA 40.

Cuarenta días y cuarenta noches. Lo que duró el diluvio universal.

Además hoy es San Jorge, Sant Jordi en Cataluña. Por aquí es costumbre regalar una rosa a las mujeres, lo que me provocó alguna que otra situación incómoda, en mi juventud.

Por eso dejé de hacerlo, salvo en los pocos casos que sabía que mi floripondio sería aceptado de buen grado y siempre por cortesía profesional: Jefas, clientas y compañeras de trabajo, cuando era costumbre corporativa y lo hacíamos todos los tíos de la oficina.

Sant Jordi es también la fiesta del libro. Compré alguno en la cooperativa de médicos, que estaba frente donde yo trabajaba, pero no recuerdo siquiera si los leí. Yo compro libros todo el año y no necesito hacerlo precisamente el día que están más caros.

En fin, Sant Jordi, es una fiesta que me resulta antipática y me recuerda a las estrofas de Serrat:

«Aquellas muñecas de abril, que acabaron de frente y perfil. Que se comieron mi naranja a gajos, que arrancaron la ilusión de cuajo»

CONFINAMIENTO. DÍA 39.

Mis padres han salido a comprar. Mi padre a por el pan y mi madre al supermercado.

No he conseguido que deleguen en mí. En la empresa estoy al cargo de doscientos mil euros en maquinaria, pero en mi casa no me consideran apto para adquirir calabacines.

Bueno así salen un poco y les da el aire. Sólo salen una vez por semana y mi padre ha decidido que la panadería que tenemos a 20 metros del portal, despacha un pan aceptable. Habitualmente, cuando no hay catástrofes mundiales, cambia de distrito postal para ir a comprar el pan donde más le gusta. Cabe reconocer que así hace ejercicio.

Yo me he quedado a teletrabajar. Estoy nervioso por la exposición de mis padres a la intemperie traicionera y porque el trabajo de hoy es particularmente difícil. Además una de mis vecinas de abajo se ha puesto a canturrear con una desafinación claramente etílica, provocándome un severo dolor de cabeza.

Espero que esta muchacha no forme parte del conjunto musical pues de hacerlo creo, en mi modesta opinión, que deben de buscarse otra vocalista. Entre lo poco que practica el percusionista y la falta absoluta de cualidades de la cantante o corista, no les auguro un gran porvenir en la música sin Auto-tune.

CONFINAMIENTO. DÍA 38.

No para de llover en Barcelona. Lluvia intensa, pesada.

La poca luz que entra por las ventanas entristece el ambiente aún más. Es mejor cerrar las persianas y encender las lámparas.

Pero creo que prefiero esto a que brille el sol y no poder salir, porque hay algo que está matando a gente centenares cada día.

En el 2008 la crisis contaba desempleados, yo fui uno de ellos, pero esta de ahora, se ha llevado veinte mil almas en menos de un mes. Esta crisis cuenta cadáveres.

Si me toca no tendré que preocuparme de renovar mi solicitud de busqueda de empleo. No hay subsidio, ni perspectiva de reactivación económica que valga. La vida no se recupera en Infojobs.

Llueve torrencialmente y ya lleva haciéndolo varios días, como si se estuviera aprovechando que no estamos, para hacer limpieza. Pero no sé para qué, los que queden lo volveran a dejar todo hecho una porquería cuando salgan.

CONFINAMIENTO. DÍA 37.

Vuelta al teletrabajo.

Mientras se ponen en contacto conmigo he conseguido conectarme a la web del SOC y obtener los documentos que necesito para demostrar mi condición de afectado por un ERTE y para renovarla si fuese necesario. Resulta que el problema estaba en que debía poner mi dirección de correo electrónico, todo en mayúsculas. ¡Pues vaya!

CONFINAMIENTO. DÍA 35.

Por segunda vez en mi vida vuelvo a estar apuntado al paro. Ayer me llegó la confirmación de que ya están disponibles los documentos y el procedimiento para la renovación de la demanda de prestación por desempleo.

Sí, ya sé que se trata de un ERTE y que no estoy realmente sin trabajo, pero a pesar de que han pasado casi seis años desde que salí del paro, me parece que fue ayer y que llevo dependiendo del S.O.C. una eternidad.

No tendré que renovar la inscripción hasta mediados de julio, pero he intentado obtener todos esos documentos desde la web del S.O.C. y no he podido. Pines erróneos, direcciones de e-mail no coincidentes y no sé cuantas leches más. Me he puesto muy nervioso.

Aunque en la web pone que se pueden hacer todos los trámites en fin de semana, trataré de hacerlo de nuevo el lunes y sino, informarme mejor por teléfono.

¿Quién me lo iba a decir? Dos enormes crisis encadenadas. La inmobiliaria y financiera del 2008 y ahora la sanitaria del 2020. Sin contar la de la crisis del petróleo del 73 y la de principios de los noventas que también las viví aunque de niño y adolescente. Una vida en crisis.

Mi visión del futuro es desalentadora.

CONFINAMIENTO. DÍA 34.

Lamento ser tan pesado con este tema, pero mis vecinos músicos han enfadado a los vecinos de al lado y estos han mostrado su enfado poniendo música muy alta.

Ahora tengo por vecinos a un grupo folk ensayando y a otros vecinos, vengativos poniendo, reguetón a todo volumen para desquitarse.

El suelo de mi piso tiembla como la escena final de «Nace una canción» y tengo miedo de que como en ella, empiecen a caerse las cosas de las estanterías y mi cordura.

Menos mal que ya he acabado de trabajar.

CONFINAMIENTO. DÍA 33.

Otro día de teletrabajo. Nada que destacar.

CONFINAMIENTO. DÍA 32.

Mis vecinos músicos atacan de nuevo. Son las siete de la mañana y mientras preparo las cosas para trabajar, oigo como una mujer canta una canción de la Oreja de Van Gogh, creo.

No son horas para ensayar, ni para cantar como está cantado. Diría que está bajo los efectos del alcohol o empieza a verse afectada su salud mental por el confinamiento.

Sea como sea no debería estar berreando a primera hora de la mañana.

CONFINAMIENTO. DÍA 31.

Martes. Vuelta al teletrabajo. Tengo bastantes cosas que hacer, así que no me aburriré.

Por cierto, hace poco se han mudado al piso de abajo unos muchachos que al parecer son músicos. El otro día los vi por primera vez ensayando en el patio.

Había dos chicas muy jóvenes que se contoneaban y canturreaban, al ritmo del cajón, que tocaba un muchacho con barba. En el patio también hay una batería pero yo nunca he visto a nadie tocarla. Mi madre si lo ha visto, un día en el que incluso, se les unieron uno que tocaba la guitarra y ¡un trompetista!

Pero lo más habitual es que el joven percusionista ensaye en el interior del piso donde sus golpes repercuten en la estructura del edificio, dándome una tabarra insoportable mientras trabajo. Esto no es nuevo para mí. Uno de los recuerdos más vívidos de mi niñez, era el acompañamiento de mis juegos y deberes por los ensayos de un vecino que era percusionista de la Orquesta Sinfónica de Barcelona.

Sus ensayos, aunque audibles, no eran molestos porque vivía bastantes pisos por encima del mío, pero me impresionaba como aquel hombre pasaba horas y horas, incansable, repitiendo escalas y acordes, para luego poder tocar sin errores en los conciertos. Cientos de horas de tediosa repetición, para cumplir en las pocas que dura la actuación.

Por eso no le auguro un gran futuro como tamborilero al muchacho de abajo, pues su tabarra aunque intensa, no dura mucho. Creo que ensaya poco. Puede que lo haga también en otro sitio habitualmente, pero con el confinamiento no sale de casa y como digo, no lo oigo aporrear el cajón mucho.

¡Mal jovencito! Con esa actitud no llegarás ni a hippi de los que tocan el Parc de La Ciutadella, pues aunque allí, los hay verdaderamente buenos, por lo general dejan tocar a cualquiera.

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