CONFINAMIENTO. DÍA 2.

Ocho y media de la mañana. Estoy esperando a que mi jefe se ponga en contacto conmigo.

Ayer me enteré que soy el único al que se le ha permitido «teletrabajar» y no entiendo por qué. No me gusta un pelo. Quizás empiezo a estar paranoico aunque creo que con tan sólo un día recluido no es suficiente para ello.

Tampoco sé si llamará. Ayer al acabar la jornada laboral me llamó para decirme que apagaba el ordenador mediante el cual me conecto al servidor de la empresa y me insinuó, medio en broma medio en serio, que quizás el mismo no asistiría a la oficina hoy.

No sé que haré si no me dan más faena. Tengo un montón de libros para leer y cursos para seguir pero me cuesta concentrarme cuando tengo un problema y mi ausencia del trabajo, por más que esté justificado o amparado por la ley, lo percibo como un problema y de los gordos.

Tengo la sensación de que estoy faltando a mi obligación. De que estoy haciendo «campana» o «pellas» como se suele decir.

Ni siquiera he hecho muchos días de baja a lo largo de mi vida profesional, salvo en el gran ataque de asma del 99 y la mitad de aquellos días enfermo, coincidieron con vacaciones.

Salí un momento bajo la lluvia para comprar café en cápsulas y agua con gas en el supermercado que tenemos cerca de casa. Iba pertrechado con guantes de látex, lo cual producía, o eso me pareció, cierta tranquilidad entre quienes me cruzaba o miraban como tomaba lo que compraba.

No parecía haber desabastecimiento. Observé que los anaqueles más vacíos eran los que exhiben la pasta. Macarrones, spaghettis y esas cosas lo cual resulta lógico.

Publicado por David

La cosa esta muy mal

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