Suena el teléfono. Mi precioso Samsung Galaxy S2 de principios del siglo XXI emite el sonido de un teléfono de principio del XX.
En la pantalla aparece un número: 807 54 40 15. No está en mi agenda. No suelo contestar desde mi celular a nadie que no figure en mi agenda. Sí quieren contactar conmigo que dejen un mensaje en el buzón de voz que para eso está.
La llamada es insistente pero me niego a responder. Pasado unos segundos ceden. Casi sin dejarme respirar me vuelven a llamar esta vez decido contestar, mucho insistir me parece.
– ¿Diga? – contesto con mi más adusta expresividad.
– ¡Llámame por favor, urgentemente! – me dice una hermosa voz de mujer justo antes de colgar.
¿Quién podrá ser? Pienso. Intento identificar la voz, pero eso es una tarea ardua para un hombre que como yo tiene una vasta e intensa vida amorosa. Además un teléfono con prefijo 807 es tan común. Casi todas las mujeres que conozco disponen de teléfonos con prefijo 807. No puedo concretar.
La voz y el teléfono pudiera ser de…. o quizás de… sí, seguro que es ella, pero ¿y si no lo es? No puedo arriesgarme a llamarla pues si no es ella la que llama se dará cuenta de que tiene otras competidoras con teléfono 807 en mi agenda. Opto por no llamar. La voz parecía acongojada así que si realmente me necesita que me diga qué quiere dejando un mensaje en mi contestador.
Lo malo es que se enoje y ya no me hable más, pero bueno, será por mujeres de hermosa voz con números que empiezan 807, tengo donde elegir.
Me encanta que me intenten timar. Me siento más seguro de mí mismo dándome cuenta de que me la quieren dar con queso y de paso restaño mi autoestima por las tomaduras de pelo que me hicieron cuando era más joven e inocente. Lástima no poder contestar y decirle a estos listos. «¡Eh! No cuela»
Eso es cierto?
I tant!