Once se septiembre. La televisión emite homenajes a las victimas de los atentados del World Trade Center, noticias sobre Siria y sobre las primarias de no se qué, que no interesan a nadie, pero sobre la «vía catalana» ni palabra. ¡Qué raro!
Como estoy harto de llegar deshidratado a todas partes, me he estudiado el plano del metro para poder llegar en condiciones al Metropolitan Museum. He podido ver los Velázquez que me faltaban y el patio del castillo de Vélez Blanco del que tanto me habló mi admirado jefe Juan Martinez.
Tras recorrer el museo entero vuelvo a estar exhausto. Estoy en baja forma. No sé si voy a tener ganas de pasear por Central Park que está aquí mismo. Decido comer en el propio museo. No es la opción más económica pero así podré descansar y refrescarme para ir al parque.
No me ha servido de nada lo anterior. El calor intenso, las dimensiones colosales de Central Park y la comida del museo están a punto de acabar conmigo. Si no encuentro pronto un aseo voy a dejar una huella desagradable de mi paso por Nueva York, aunque creo que voy a morir antes y eso me tranquiliza pues no me gusta llamar la atención.
¡Salvado! He encontrado un precioso lugar donde acudir a la llamada de la naturaleza y tomar un agua con gas que me devuelve la vida. Me la tomo en la terraza amenizado por una pareja de músicos, chico y chica, que canta una versión de Imagine que hace que suelte unas lágrimas de emoción y un dolar en un cubito anaranjado que usan para los óbolos.
La linea de metro que me ha llevado al Metropolitan también lleva al puente de Brooklyn. Con el alma sosegada y los intestinos estabilizados parto hacia allí.
En que hora se me ocurrió. Naturalmente me pierdo y cuando logro saber dónde estoy resulta que el acceso peatonal del puente está kilómetros de donde me encuentro. Llego por fin y encaro la rampa que conduce al puente esquivando a los ciclistas que van a una velocidad que no es normal ¡Pero qué animales! Estoy exhausto, tengo los ojos encharcados y apenas me tengo en pie. Subo la rampa jadeando e intentando que no me atropellen. Por segunda vez hoy estoy a las puertas de la muerte pero no me rendirê ¡Ya queda menos!
Por fin consigo llegar al centro del puente y todo el sufrimiento ha merecido la pena. Fotos, magníficas vistas y otro sueño cumplido: caminar por el puente de Brooklyn.
Regreso al hotel. Es pronto pero estoy reventado. Prefiero descansar pues mañana puede ser un día grande si todo va bien. Nada más en este once de septiembre en el ombligo del mundo, lejos de donde se creen que son, el ombligo del mundo.
Me ha encantado el último párrafo, ombliguero!! Yo también tengo esa misma sensación desde Montevideo. Hay tantos ombligos por descubrir!!! Bss, y veo que lo estás pasando bomba dejándote la vida en La Gran Manzana…