Hace poco alguien me preguntó qué si hice la mili. Yo tengo que contestar que no la hice, sin embargo, desde mi reclutamiento hasta que quedé exento del servicio, transcurrieron dos interminables años, por lo que en el fondo tengo la sensación de que sí hice el servicio militar. Como cualquier hombre que «oficialmente» no ha hecho la mili, he tenido que soportar que los demás me cuenten la suya, y siendo este mi blog, me dispongo a contar la mía.
Para empezar cuando tras mi prorroga por estudios tuve que presentarme en la caja de reclutamiento la canción número uno mundial era… en efecto: “You are in the army now” de Status Quo. La caja de reclutamiento estaba en el Portal del Àngel y allí me preguntaron si tenía alguna enfermedad o defecto físico y claro yo les mencioné que era asmático. ¡Para qué dije nada! Me expidieron para el cuartel del Bruch para someterme a revisión médica previa.
Llegué una calurosa tarde al cuartel con mi padre que me llevó en nuestro SEAT 124 con motor Perkins de segunda mano. Un policía militar me franqueo el acceso sin prestarme demasiada atención. Accedí a una gran sala donde cientos de jóvenes esperaban. Un tipo que se identificó como un sargento comentó a voz en grito que habría un poco de retraso ya que estaban acabando de informatizar el cuartel ¡Pues vaya, me tenía que tocar a mí! El ejercito no había evolucionado nada desde la guerra de cuba, me toca hacer la mili y deciden entrar en el siglo XX. La cosa no podía pintar peor. A los nervios de no saber que me esperaba y a la ansiedad por el anuncio de que estaríamos allí más tiempo del debido se sumaba la asfixiante calor producido por cientos de cuerpos de adolescentes asustados.
Pasado un tiempo que entonces creí una eternidad se nos dispuso en filas según orden alfabético. Hoy todavía recuerdo aquella fila como “La feria de los monstruos”: Chicos mutilados, deformes, obesos mórbidos, ciegos. Muchachos con soriasis, Algunos de más de dos metros, otros con pies planos y algunos enanos. Y entre ellos yo, un monstruo más. delante mío en la fila había un tipo extremadamente gordo y detrás mío un muchacho con traje y corbata de cuyo pecho salía un extraño tamborileo.
La cola iba muy despacio y cuando parecía que ya te quedaba poco, se oía a unos camilleros pidiendo paso para entrar con un muchacho en coma o imposibilitado ya que si no te presentabas, sí o sí, te podrían declarar desertor. No recuerdo bien pero fueron muchas las camillas y las sillas de ruedas que pasaron delante en la cola. Por fin le toco a gordinflón y tras un rato en el despacho del capitán médico salió dando grititos y saltos que hacían ondular sus mastodónticos michelines. El caso es que ya me tocaba a mí y pude entrar. Estaba tan nervioso que no recuerdo ni que cara tenía el médico que me preguntó:
– ¿Qué le pasa?
– … Uuuuuyyy yooo…esto… bbbrr… sssoy assmático..
– ¡Que qué le pasa!
– Soy asmático.- Pude decir con voz normal pero con un tono aflautado.
– ¿Y qué toma? – En seguida comprendí que era una pregunta excluyente. Sólo un verdadero asmático podía contestar correctamente.
– Theodur, Terbasmint y Pulmicort.
El médico me miró fijamente y me extendió un papel al tiempo que me dijo que me presentara el día que en él figuraba, en el Hospital Militar.
Regresé empapado de sudor donde mi padre me esperaba y volví a casa, muy desanimado. ¡El hospital militar! Es que como sí me hubieran enviado directamente a Beirut. Había oído tantas historias espeluznantes de aquel sitio. ¿Qué sería de mí? Eso lo dejo para el siguiente capítulo.