De vuelta en Barcelona. Tengo una semana para acabar de preparar el viaje a Nueva York. He llegado a las dos de Valencia y ahora estoy en el KFC de la Meridiana acabando de almorzar. Por primera vez me he dejado cautivar por la publicidad y he pedido un el bocadillo llamado “The Boss”. Está rico, seguro que es por las semillas de amapolas que dicen los anuncios que lleva, no obstante no tienen buen aspecto.
No empezó bien el día. El autobús de la prestigiosa compañía Hispano Chelvana llegó con media hora de retraso. Tras despedirme de mis padres ocupé mi asiento poniendo la cara de perro que uso para que ningún pelmazo que se siente a mi lado me dé conversación. Aunque llevaba mis auriculares puestos a un volumen razonablemente alto, no puedo dejar de oír el repiqueteo de las chanclas de la gente. No sé como se puede ir a ninguna parte en chanclas. Viajar es estar sujeto a cualquier contingencia y no sé como se puede afrontar ninguna en chanclas. Y por si fuera poco, tengo el incomodo defecto de que ver según que pies, me da repelús. Soy consciente de que la gente tiene derecho a ir fresquita pero también debería ser consciente de cuando sus pies son humanos y cuando son apéndices deformes. Yo hago lo posible por no mirar al suelo, pero la gente se obstina en cruzar las piernas o poner los pies sobre los asientos y claro no es fácil la vida para quien como yo, sólo encuentra estéticas las chanclas cuando las lleva Uma Thurman.
Al llegar a Villar una mujer ocupa el asiento a mi lado. Mi cara de perro funciona pues su intento de iniciar una charla fracasa de inmediato . De todas maneras mi satisfacción se difumina cuando compruebo que la mujer, pertenece a esa subcultura que creen que sudor y colonia S3 de Legrain combinan. Para el olor a sudor existe algo llamado desodorante, la colonia es para… bueno no lo sé , pero usarla para una higiene rápida es una guarrada. Hay cosas que no casan ni casarán: Los zapatos negros y los calcetines blancos, el chocolate y la Coca Cola y el sudor y la colonia.¿Por qué? Algún día se sabrá.
Llego a Valencia aturdido por el hedor rancio de la mujer que se sentaba a mi lado y un taxi me lleva a la estación de Joaquín Sorolla. La nueva estación para los AVE de Valencia es muy bonita pero alejada del esplendor de la antigua estación del Norte. Me encantan las infraestructuras ferroviarias. Ir en tren siempre formaba parte de mis vacaciones, cuando las tenía claro. Yo no iba en tren a mi destino de vacaciones sino que ir en tren era la primera diversión de ellas.
Voy a los servicios. En la estación de Joaquín Sorolla están limpios y no hay tipos de esos que intentan ver el pene de los que orinan a su lado, y que tan habituales son en otras estaciones o por lo menos yo no los he visto. Siempre he sentido pena por estos tipos que ocupan sin duda el peldaño más bajo de la escala sexual masculina. No por quererle ver el pito a otros, que ya les vale, sino por tener que permanecer tanto tiempo en un sitio tan hediondo y deprimente como eran los servicios de la estación del Norte de Valencia tal como yo los conocí, sólo por la fugaz satisfacción de verle la pilila a un señor.
Tomo café en un bonito local caracterizado por su complicado acceso. Le pregunto a una camarera como he de proceder para pedir un café y ella me indica que debo pasar por una puerta de cristal a la que señala. La cosa no tendría más secreto sino fuera porque dicha puerta exhibe un cartel que dice: “Prohibido el paso” y está custodiada por un policía con cara de pocos amigos. Permanezco estático a la espera de indicaciones más precisas cuando la camarera me dice que puedo pedir en la terraza si lo prefiero, a lo que contesto con un relajado sí. Me quedo tan tranquilo por no tener que entendérmelas con la interdicción de la puerta y el poli, que además de un café pido un “Croissant”. La chica toma nota en su libretita cantando el pedido:
– Un café solo y “curasan”. Vale.
Mientras me tomo mi frugal pero caro desayuno (2,70 por un café y un “curasan”) observo a la gente. Algunas personas miran fijamente el panel de llegadas y salidas esperando saber la vía a la que han de dirigirse como si esperaran el resultado de una rifa. Otras pregunta a cualquiera que esté parado si esta es la cola de Cuenca o la de Puerta de Atocha. Yo nunca permanezco parado en las estaciones y mucho menos sentado, pues como ya he explicado en más de una ocasión en este blog, soy un imán para los pelmazos y la gente rara.
Mientras observo a una señora con pantalón rojo dar instrucciones de como debe desenvolverse en la estación, a grito pelado a su anciana tía, pasa delante de mí una muchacha de no más de metro sesenta con un chaleco fosforescente que reza: “Seguridad”. Antes se exigía una estatura mínima a los guardias jurados. Debe ser que sólo se le exige a los hombres, pues echo un vistazo alrededor y localizo a otras dos seguratas con evidente canijicie. ¿Quién creen que puede alterar el orden o poner en peligro a los viajeros? ¿Los sección pigmea de Al Qaeda o los pitufos maquineros?
Por fin en el tren. En ningún sitio como en un tren como para comprobar que los extranjeros no son mucho más espabilado que los españoles: Se confunden de coche, interrumpen el paso con sus enormes maletas y fracasan en la localización de su asiento. Eso sí, todo lo hacen en voz baja, no como nosotros que berreamos como posesos para comunicar la cosa más nimia.
En esta ocasión comparto hilera de asientos con tres alemanes o austriacos o de donde sean, pero hablan alemán. Son dos mujeres y un hombre que momentos antes ponía en duda que yo estuviera en el asiento correcto. Cuando la marcha ya hacía tiempo que se había iniciado, la mujer que se sentó a mi lado se cambia a la fila de delante que está vacía. Sé que lo hace para disponer de acceso a la ventanilla, pero siempre que me pasa algo parecido, pienso que he hecho algo que debido a nuestras particulares idiosincrasias, le ha molestado. Me da igual, por mí todos estos se pueden volver al Reich ahora mismo.
En fin, no hay nada más que destacar. Confieso que estoy nervioso. La inminencia del viaje me atemoriza. Mí último viaje en solitario fue hace casi 10 años y no sólo era más joven sino que además tenía un empleo y las ganas de sentirme como un aventurero que no tenía miedo a nada. Ahora me veo como un cuarentón sin futuro, lleno de temores y que piensa más en lo que va hacer para vivir al regreso que cumplir su sueño de ver con sus propios ojos, los escenarios de las películas de Woody Allen.
JOJOJOJO
¡Bienvenido! Que sea leve. Y … ¡Buen viaje!
(Lo siento es para lo que me da, antes de tener que salir pitando para comer. Cosa que debía estar haciendo hace 25 mins.)
¡A ver que cuentas desde New York. ;))