Como soy ateo lo mas parecido a un ser supremo que conozco es la mujer.
Adoro a las mujeres. Siempre he estado rodeado de mujeres. De mis escasa amistades la mayoría son mujeres. En mi infancia siempre estuve excluido de las actividades para chicos, debido a mi severo asma, pues era demasiado inútil para ser aceptado en los equipos de futbol mientras que era frecuentemente invitado por las niñas a participar en sus escondites ingleses y en sus juegos de cocinitas. Este fue sin duda el origen de la cierta gracia para conectar con ellas que sin embargo no se tradujo en éxito sexual de manera proporcional, ya que he sido más veces de las que desearía, la mejor amiga de mis amigas.
No obstante no me quejo de haber sido el sustituto del amigo gay. He vivido grandes aventuras. Como coger un avión para tener una cita a ciegas. O recorrer Andalucía con una mujer, Aurora, cuya única ilusión era tener a alguien con quien hablar y jugar al Trivial.
He frecuentado los locales de ambiente de Barcelona con una gran amiga y he jugado al billar con lesbianas entre las cuales la más femenina… era yo.
He sido confesor de una otra amiga que a pesar de su divina belleza, me contaba que no había tenido relaciones con su marido tras diez años de matrimonio.
He llevado en brazos a una mujer ebria de metro ochenta hasta su cama, tras prometerle que si ella se quitaba la vida yo me encargaría de llevar a su hija a casa de su madrina; lejos del hombre que la había conducido a la depresión y que por accidente era el padre de la niña.
Con este equipaje no me extraña que los hombres nunca me hayan interesado demasiado. No he conocido a muchos con los que haya disfrutado conversando ni a muchos que compartiesen alguna de mis aficiones; y cuando lo he logrado siempre han sido hombres más mayores y más experimentados que yo con los que, obviamente, es difícil establecer una amistad llevadera. Pero eso está cambiando. Ahora soy yo el hombre mayor y experimentado cada vez más intereso como amigo a muchachos más jóvenes que ven en mí a un Guillermo de Barskerville, y claro, con el ego que gasto, tengo que evitar no ir por ahí con aires de Sr. Miyagi. Sobre mi calamitosa relación con otros hombres ya escribiré(1), ahora, volvamos al tema de las mujeres.
Cuando digo que adoro a las mujeres, me refiero que me gusta todo de ellas pues al más degenerado maltratador le gusta el cuerpo femenino. No, no me refiero a eso. Yo soy de esos hombres que encuentran fascinante todo cuanto tienen que ver con las mujeres: su belleza obviamente, su manera de moverse, sus prioridades y su actitud frente a la vida. Cosas como:
Que una de mis ex parejas me llame angustiada para que le resuelva un problema y cuando llego a su encuentro jadeante y sudoroso por las prisas; me diga que ya está todo resuelto.
Que Silvia, por ejemplo, trabajase de madrugada en una solitaria gasolinera soportando borrachos violentos sin rechistar y que luego por la noche llorase desconsolada porque había visto como le pegaban a un gato en la tele.
Entrar en mi oficina y hacerle un cumplido por su nuevo peinado a la telefonista adolescente que a duras penas aprobó la FP y un rato después hacérselo a la doctora en urbanismo y arquitecta de cuarenta y muchos y ver el mismo brillo de coquetería y felicidad en sus miradas.
Yo creo que te haces hombre, no cuando conoces bíblicamente a una mujer, sino cuando una te agarra del brazo y apoya su cabeza en tu hombro. Ese día, el día que el ser más perfecto de la creación te usa de apoyo, es cuando verdaderamente te conviertes en un hombre.
Hasta aquí mi opinión sobre las mujeres que ha de servir para que no se me acuse de machista ni de inexperto cuando en próximas entradas critique algunas cosas, sobre todo odiosas modas, a las que las mujeres son tan aficionadas.
(1) Esto ha sonado un poco “gayer” así que me corto un poco.