Buscando temas con enjundia para escribir me he topado con el programa de televisión llamado Pesadilla en la cocina, versión española del espacio homónimo presentado por el Chef Gordon Ramsay y del que confieso, no me he perdido ni un capítulo hasta la fecha. He caído en la cuenta de que yo tuve en mis tiempos mi propia pesadilla en la cocina ya que durante algunos años de los que trabajé como técnico en ingeniería civil, parte de mis tareas rutinarias consistían en legalizar todo tipo de establecimientos de comida rápida y restaurantes chinos. Como quiero que mi blog sea sobre todo, un testimonio de mi vida voy a contar alguna de estas anécdotas. Hoy explicaré por qué dejé de comer pizzas por encargo.
Una fría tarde de marzo me dirigí a levantar los planos de un restaurante perteneciente a una conocida franquicia de pizzas a domicilios, cuyo nombre evitaré, a pesar de que dejó hace tiempo de operar en España. El restaurante situado en una céntrica calle de Barcelona, era enorme. Comedor y cocina en planta baja y más comedor y el resto de dependencias en planta piso.
Antes de empezar a tomar medidas le pedí a la encargada que me comentase como se llamaba cada aparato y para que servía. La chica era de unos veintitantos, de baja estatura, y de una obesidad considerable. De hecho, todas las empleadas del establecimiento, yo conté tres, eran muy gordas. Me enteré más tarde que comían gratis todos los días en el restaurante y entre medida y medida pude ver como daban buena cuenta de tres pizzas familiares con extra de queso y una cola de 2 litros.
La encargada me explicó qué era un frigorífico y qué un congelador. Qué era un “Proofer”, a qué llamaban “Avión” y que el no sé qué, dejó de funcionar en el verano de 1998. Entre todas esas cosas también me contó en que consistía “La mesa fría”, un mueble de cocina donde en sendos contenedores de metal, están almacenados los diferentes ingredientes que conforman una pizza: champiñones, olivas negras, atún, etc. Estos ingredientes están ahí para que los que preparan la pizza los vayan colocando sobre la masa según el pedido y por eso están refrigerados, pero al aire.
Después de mi periplo por la cocina con la encargada, empecé con las medidas que debido a la complejidad del recinto, me ocuparon el tiempo suficiente como para coincidir con la llegada de los primeros repartidores. Uno de ellos era un muchacho espigado con un rubio cabello rizado que entró en la cocina para recoger algo. Era evidente que le hacía tilín a la encargada. Esta, nada más lo vio llegar, empezó a pelar la pava con él. El muchacho no sé si le correspondía, pero le seguía el juego contestando a la charla melosa de su jefa. Yo seguí en lo mío pues quedaba mucho restaurante por medir y poco tiempo. La chica estaba tan ensimismada en su aproximación amorosa que perdió la noción del espacio y en un momento dado, se sentó sobre la mesa fría. No puedo describir lo que sentí cuando vi aquel trasero descomunal, que debido a la obesidad de la chica, tenía unas dimensiones tales que abarcó con sus posaderas gran parte de los recipientes que contenían los ingredientes que con tanto deleite ingerimos cuando pedimos una pizza. Por si fuera poco, cuando la mujer volvió a incorporarse, vi horrorizado como quedaban pegados a los pantalones trozos de piña y otros ingredientes que no pude identificar y en zonas de su trasero que no quiero mencionar.
Esta experiencia me costó que durante los años siguientes no fuera capaz de comer pizza de esa ni de ninguna otra franquicia. Sólo el tiempo y el complacer a mi pareja consiguió que olvidara aquel trasero descomunal sobre el pepperoni.
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Si te digo la verdad, me encanta Gordon Ramsay y he preparado varios platos suyos. Yo no soy mucho de comer fuera por lo que comentas y otras cosillas pero bueno…ahora menos! 😀 Ajajjajajajajaj, gracias, David!
Siempre es agradable saber que mis «pesadillas» pueden servir de orientación y advertencia para otros.
Muchas gracias.
😉