CHEBURASHKA. CASI UNA OBSESIÓN.

Conocí a Cheburashka el día de navidad de 2020 pero en realidad solo le puse nombre a mi «sticker» favorito de la aplicación «Telegram». Mi principal interlocutora en esta app lo usaba a menudo y pronto se convirtió en mi favorito superando a Bunnyta que había ostentado hasta entonces ese puesto.

Cheburashka de Telegram

Supe que Cheburashka se metió dentro de una caja de naranjas para comerlas en algún país tropical. Del empacho se quedó dormido y acabó en una tienda de frutas en ciudad soviética a finales de los años 60. (Todo parece indicar que se trata de Moscú, pues sabemos que Cheburashka realizó un viaje en tren hasta Yalta desde allí, pero podía ser una escala, no queda claro)

El principal rasgo de la personalidad de Cheburashka era que no sabia quién era y que virtualmente no existía al no tener identidad. Lo único cierto para él era que sabía cuando es su cumpleaños (al parecer el 20 de agosto) y que lo solía pasar solo pues nadie le visitaba.

Fue el dueño de la tienda de fruta que lo encontró, quien le da su nombre cuando, entumecido por el largo viaje dentro de la caja de naranjas, es incapaz de mantenerse en pie ni sentarse, cayendo y rebotando por lo que el frutero exclama burlón:

-. Menudo «tentetieso» estás hecho.

Que sería la traducción al español más aproximada de Cheburashka, palabra arcaica rusa, que el pequeño animal asumió como nombre propio.

Pero a pesar de tener un nombre, la identidad y existencia de Cheburashka no estába todavía cimentada hasta el punto de que el dueño de una tienda de artículos en oferta, le propuso exhibirlo en el escaparate, ya que su indefinición como especie podía ser un buen reclamo publicitario para su negocio.

Cheburashka aceptó ya que le permitieron vivir en una cabina de teléfono pues estába perdido en un país extranjero y no tenia donde quedarse. Fue incluso rechazado en el zoo al tratarse de un animal desconocido por la ciencia.

Pudiera parecer que al ser un animal tropical este es su primer empleo pero sabemos que actuó, no se sabe donde ni cuando, como juguete en una tienda. No le fue bien en esa etapa de su vida pues al no tener nombre nadie se le acercaba.

No sabemos como le fue con el vendedor de ofertas pero de alguna manera Cheburashka prospera. Conoce a Guena un cocodrilo que trabaja de «cocodrilo» en el zoo donde no le admitieron.

Guena tiene un buen nivel de vida, juega al ajedrez y toca la concertina pero se siente solo. Las carencias afectivas de ambos son el fundamento de una sólida amistad.

Apoyándose el uno en el otro logran integrarse en una sociedad que hasta entonces parecía inhóspita sin más contratiempos que las molestas bromas de la vieja Shapokliak.

Y digo bromas, pues aunque esta mujer inescrupulusa y carente de valores morales, que se pasea con una rata, causaba grandes quebraderos de cabeza a los dos amigos, siempre parecía arrepentirse al final e intentaba solucionar los problemas derivados de sus malas acciones.

Cheburashka logra convertirse con el tiempo, en un miembro destacado de la sociedad siendo aceptado incluso en los Pioneros, (versión soviética de los Boy Scouts) y colaborando en diversas obras beneficas como la construcción de la Casa de los Amigos, que acabará convertida en orfanato, o la descontaminación de ríos.

En fin, Cheburashka se ha convertido en casi una obsesión. No paro de tararear su canción ni tampoco «El vagón azul«, interpretada por Guena, una de las canciones más hermosas que he escuchado.

Yo que creía que Cheburashka era un simple «Sticker» de Telegram y resulta que es uno de los personajes literarios más importantes de Rusia, protagonista de dibujos animados, mascota del equipo olímpico y ahora, ocupa un lugar en mi corazón.

QUEJÁNDOME DE MIS VECINOS EXTRANJEROS.

Estoy harto de mis vecinos extranjeros del piso de abajo. Me enteré de que son austriacos y de que la administradora de la finca sospecha que están de ocupas. Hay que reconocer que pinta de ocupas no tienen aunque resulta inusual la acumulación de cajas de «nockerl» y «sachertorte» en el patio. Se sospecha que los elaboran clandestinamente.

Esto a mí no me preocupa lo que pasa es que tengo que soportar que pongan la música a todo volumen ¿Por qué esta gente tiene que escuchar la música tan alto? ¡Hay días en que retumban las paredes! Les pedimos que la pusieran más bajo y lo hicieron durante una semana, pero han vuelto con más decibelios si cabe. Ahora me veo obligado a teletrabajar y es muy difícil hacerlo, pues aunque me tape los oídos, toda la casa vibra de manera sísmica.

Además, siempre escuchan lo mismo y como son de Saltzburgo tengo que aguantar interminables sesiones de Mozart a toda pastilla. ¡Estoy del Rondo alla turca (KV 331), de la Sinfonía 40 (KV 550) y de la Flauta mágica (KV 620) hasta las narices! ¡Y eso no es todo! Luego vienen los días festivos en los que tengo que tragarme todo el repertorio de la puñetera familia Strauss, hasta altas horas de la noche.

¿No entiendo por qué no se puede escuchar el vals a volumen normal? Me tienen la cabeza loca con el un, dos, tres, un, dos, tres… y por supuesto, con la puñetera marcha Radetzky (palmas incluidas), que no sólo la pusieron en año nuevo sino que la tuve que soportar en cada cumpleaños y hasta en san Juan.

En fin, creo que estos germánicos deberían adaptarse mínimamente a nuestra cultura y respetar más nuestra forma de vida, no sé, la música más bajita, poner algo de Falla o Albéniz, pero no, somos nosotros los que tenemos que adaptarnos a su costumbres y sí luego me que quejo y les digo que se metan El Danubio azul por su arios culos, se enfadarán. ¡Así nos va!

P.S.

Por si alguien no lo ha pillado, en el piso de abajo no viven austriacos ni escuchan música clásica, precisamente, pero no quiero que me llamen racista ni xenófobo.

DESESCALADA. DÍA 14.

Amleto Giovanni Cicognani fue secretario de estado del Vaticano y en el barrio de las Viviendas del Congreso Eucarístico, tiene dedicada una pequeña plaza.

Yo jugaba de niño en esa pequeña plaza y me encantaba. En el centro de la misma quedaba el borde petreo de lo que seguramente fue en su día una parterre lleno de hierba y flores que, por alguna razón, se malogró

Ese borde para un niño de los setenta podría parecerse a la empalizada de un fuerte o la cubierta de un barco. Los niños de esa época sólo necesitábamos un cerco de piedras para creer que estábamos en un castillo.

Por lo demás la plaza era un montón de arena polvorienta bordeada de plantas y algunos árboles que sobrevivían en una tierra mal regada y putrida, separada del resto por una valla de hierro oxidado que aún conservaba manchas de la pintura verde original. Ese verde tan feo y tan típico de los toldos de los suburbios de Barcelona.

Yo jugaba feliz sobre aquella inmundicia buscando lombrices para asustar a las niñas y despellejandome las rodillas cuando caía por tropezar con cuanto guijarro u hoyo me iba encontrando. A pesar de todo nunca me pasó nada grave. Nunca se infectaron mis heridas ni se agravaron mis taras congénitas ni me llené parásitos por jugar en aquel erial.

Sí tuve algún fastidio fueron el escozor del agua oxigenada que mi madre me aplicaba en las heridas y la decepción de que no usara mercromina. Escocía igual o más, pero era muy chulo llevar la piel manchada de su rojo intenso.

Hoy he vuelto a esa plaza, a mis 51 años, con la mascarilla puesta paseando en el horario que se me ha asignado para salir a la calle. El borde de piedra ya no está.  En su lugar hay unos juegos infantiles de esos modernos, tan seguros y tan coloridos. No hay arena polvorienta, ni tierra putrida y las plantas están bien cuidadas.

Cuando era un crío embadurnado de polvo, con las rodillas heridas y abofeteado por niñas asustadas por lombrices, no quería marcharme de aquí, pero hoy, mejor regreso ya. No tengo necesidad de exponerme ni exponer a mis padres a la enfermedad. Creo que ya he tomado el aire lo suficiente.

DESESCALADA. DÍA 12.

Regreso de Montmeló.

Llueve a mares. Estoy empapado en el tren.

No había nadie por la calle. El confinamiento en domingo es abrumador. Me ha dado impresión de ser el único en el mundo. Un mundo hostil: lluvia, virus, incertidumbre.

De momento resisto.

DESESCALADA. DÍA 11.

Sábado, camino de Montmeló.

Ni mascarillas ni tren a las 7:40 en el Clot. Voy a tener que esperar casi una hora.

Hace frío.

Por cierto, tengo que pagar 218 euros a hacienda.

DESESCALADA. DÍA 10.

Hoy no me han dado mascarilla en el metro. Parece que los viernes no toca.

Mañana tendré que trabajar. Ya tenemos algún pedido y hay piezas de nuestros nuevos productos sin definir.

Por lo menos he podido descansar un poco esta tarde.

DESESCALADA. DÍA 9.

Mucho trabajo.

Parece que la gente se interesa por nuestros nuevos productos, pero de eso a que se conviertan en ventas…

Siguen repartiendo mascarillas en El Clot. Me han dicho que sí se le adhiere un salvaslip a la mascarilla, esta dura 15 días. No lo veo claro.

Bueno, mientras me las den en el tren no tengo que hacer experimentos.

DESCALADA. DÍA 8.

Estado de alarma prorrogado hasta el 24 de mayo.

Barcelona en fase 0 de momento. No me extraña, con la cantidad de contagiados y fallecidos que tenemos. Mejor, prudencia.

Tengo muchísimo trabajo. Ahora todos los clientes quieren papeleras con pedales y sistemas «manos libres».

Estoy dibujando a destajo. Espero que todo este esfuerzo se traduzca en ventas.

DESESCALADA. DÍAS 6 y 7.

Estaban repartiendo mascarillas en el transbordo del metro hacia RENFE en la estación del Clot. ¡Yupi!

Sin novedades en la oficina ni en casa.

DESESCALADA. DÍA 5.

Primer día de mascarillas obligatorias en el transporte público.

Decían que darían una a cada viajero en las estaciones pero yo no lo he visto.

Quizás es que esperan a las horas punta, porque no me explico que en los nudos ferroviarios de La Sagrera y El Clot, que son por donde me muevo y bastante importantes, no estén repartiendo.

A ver qué pasa mañana.

He tenido un buen día en la oficina así que hoy no iré a ver mi coche.

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